jueves, 18 de diciembre de 2014

El hombre que aprendió Braille para leer a oscuras... y otras anécdotas de grandes escritores


¿Quién era ese hombre? Nada menos que Aldous Huxley. El autor de "Un mundo feliz" no tenía muy buena vista, así que decidió aprender Braille para no forzar sus ojos... pero acabó descubriendo el placer de leer en la cama a oscuras y totalmente tapado por las sábanas.

Y es que a nada que indaguemos un poco descubrimos que muchos de nuestros escritores favoritos tenían costumbres o protagonizaron momentos casi tan novelescos como los de sus personajes. En ocasiones esto se debía a un carácter un poco peculiar, como es el caso de Nikolái Gógol, que sentía pánico ante la idea de despertarse en un ataúd y pidió que su cadáver fuese inhumado sólo cuando mostrase evidentes signos de descomposición; o James Joyce, que estaba extrañamente obsesionado... ¡Con las flatulencias! (de hecho, aseguraba ser capaz de identificar las de su mujer, Nora...).

En ocasiones es cosa de carácter, decimos, pero no siempre. A veces eran otros quienes los ponían en situaciones extrañas, por definirlas de alguna manera. Valle-Inclán, por ejemplo, tras haber declarado su nombre y su oficio ante un juez, mantuvo con él este diálogo:

- ¿Sabe usted escribir?
- No.
- Me extraña su respuesta.
- Más me extraña a mí su pregunta.

¿Sabía el ilustre gallego, de profesión escritor, escribir? Él parecía bastante convencido, y nosotros confiamos en su palabra, pero no cabe duda de que el juez hizo bien preguntando: nunca hay que dar nada por sentado, ¿verdad?

Víctor Hugo, en cambio, se buscó él solo el momento vergonzoso. Estando de viaje por la Suiza de habla alemana, el escritor sintió hambre y entró en un restaurante. Incapaz como era de entender la carta, decidió pedir directamente lo más caro, un plato de nombre Kalaische nach Rheinfall... y el pobre camarero se sintió bastante sorprendido al escuchar que Víctor Hugo quería comerse un jugoso "paseo en calesa hasta el nacimiento del Rin".

Probablemente lo mejor al vivir un momento así, algo confuso, es tomárselo con filosofía. Es lo que hizo Rudyard Kipling. Veréis, resulta que Kipling murió. Pero no como suele hacerlo la gente: él tuvo la suerte de enterarse después, al leer su epitafio en un periódico. Hombre práctico como pocos, Kipling se aseguró de escribir al diario para cancelar su suscripción. Alegó con toda lógica que estando muerto no tenía forma de seguir beneficiándose de ella.

Y si hay pocos escritores tan prácticos como Kipling, que se muere en falso y lo aprovecha para ahorrase un dinero, seguro que no hay ninguno que gane en sinceridad a Federico García Lorca. ¿Por qué estamos tan seguros? Antes de explicároslo, pensad en esto: ¿Cuántas veces no habéis entendido nada de lo que os estaba diciendo alguien pero no lo habéis admitido? Seguro que más de una... Lorca, en cambio, prefería ir con la verdad por delante, como suele decirse. En una ocasión el poeta granadino estaba escuchando a Rubén Darío, y cuando éste recitó el verso "... que púberes canéforas te ofenden al acanto", Lorca, humilde, se levantó y dijo "A ver, por favor, otra vez... que sólo he entendido el que".

Además de ser entretenidas, estas anécdotas revelan detalles de la personalidad de individuos cuyas palabras hemos leído una y otra vez. También los humanizan, y se les toma un poco más de cariño. Aquí os hemos contado unas pocas, pero un corto paseo por Google os puede ayudar a descubrir muchísimas más. No olvidéis compartir con nosotros las que os parezcan más interesantes, más divertidas o más extrañas.

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